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Jorge García Torrego

Al principio, antes de ser seleccionado, me pasé más de mil vidas dentro de mi casa, apretado junto a mis hermanos. Lo malo es que con esa oscuridad nadie veía nada y nos creíamos todos iguales y nadie sabía muy bien quién era quién. Pasaba el tiempo y nuestra vida la pasábamos charlando. Solo eso.
Pero un día, se hizo la luz. Ante nosotros apareció ella, aquella enorme y superlabial boca que nos prometía una vida corta pero intensa. Ese día también fue triste porque sabíamos que algún día tendríamos que morir. Consumirnos.
Sabíamos que tras esa luz que nos iba a dar la vida, uno a uno iríamos yéndonos y perderíamos la amistad que habíamos trabajado durante tanto tiempo.
En apenas un día se fueron casi todos, y cuando llegó la noche, tan solo quedábamos tres compañeros y yo. Yo no se que estaría pasando ahí fuera con esos labios sugerentes, esa saliva pegajosa que prometía aspirarme todo, pero intuía que mi salida del cartón era inminente.
Esa noche, Irene, la propietaria del paquete de tabaco donde está nuestro amigo, camina hacia la casa de su novio Tomás. Tan solo les separan 3 calles, pero para el camino, se va a fumar un cigarro. Abre el bolso, busca el paquete de tabaco, lo encuentra, abre la tapita rectangular y escoge uno. No es nuestro amigo. El cigarro elegido surca el aire y se posa suavemente, como una caricia, en la boca de Irene, que tras buscar de nuevo, encuentra el mechero. Enciende el cigarro, lo llena de luz y fuego. Lo crea y lo mata.
Sigue andando por la calle y ya está a punto de llegar a la cada de Tomás, cuando de repente, aparece un vagabundo que le pide un cigarro. Irene no puede decir que no fuma, porque lleva uno en la boca y se siente mal cuando piensa en mentirle, “pobre hombre”. Al final saca otro cigarro rápidamente y se lo ofrece. No. Tampoco es nuestro amigo.
Tras unos pocos pasos, la chica llega a la casa de su novio. Llama a la puerta, y este le abre con una sonrisa en la cara. “Cuanto has tardado”, dice él. “No he podido correr más, dice ella”.
Pasan al salón e Irene deja la chaqueta y el bolso en el sofá. “A ver qué te parece lo que he hecho de cena”, “a ver, a ver”, dice ella. Mientras, en el paquete de tabaco, nuestro cigarro espera su turno y desea que la chica no lo haya olvidado.
La pareja cena un poco de sushi y bebe una botella de vino blanco. Con el tiempo los montaditos de arroz se van acabando y el nivel de la botella va bajando. Tomás, en un ataque de pasión y tras unas frases recurrentes, se levanta y, tras tambalearse un poco por el vino, coge a Irene en brazos y la lleva trastabillándose hasta el dormitorio.
Allí se desvisten y se besan, se acarician y se disfrutan. Cuando los gemidos acaban, Irene, desnuda, llega al salón y busca el bolso. Abre el paquete de tabaco, agarra con sus dedos aún calientes de placer aquel último cigarro, y se lo pone en la boca. Lo sujeta sensualmente con los labios ligeramente apretados, mientras vuelve a buscar el mechero en el bolso. Lo enciende y vuelve a la cama.
Para él fue una luz. Un resplandor mortal, ese calor, que le tocó sutilmente y le encendió. Su vida acababa de empezar.
El cigarro fue pasando de boca en boca. Los dedos lo estrujaban cada vez como en una caricia, como si aquel tubito fuera parte también del ser amado. Aspiraban cerrando un poco los ojos, disfrutando, sintiendo las volutas de humo y ese aroma a tabaco.
Esto era la vida. Por esto aquellas manos en China rellenaron mi interior y me crearon. Todo fue para esto. Y merece la pena. Ya casi soy más huesos que carne, pero qué intensidad, qué gusto, qué sens cal…y justo ahí, en ese momento, antes del estremecimiento total, la chica tomó lo que quedaba de ese cuerpo ya casi todo naranja, y lo espachurró en el cenicero de la mesilla de la noche. “¿Cariño, tienes por ahí más tabaco?”



Jorge García Torrego
1986
Periodista y escritor
Torrelaguna
jorgegarciatorrego.blogspot.com

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