Dicen los científicos que en el transcurso de un año son recambiados el 99% de todos los átomos del cuerpo. Amo a la Elsa que fuiste en tus quince primaveras. La que amó al Ricardo que yo era; pero para cuando hube de pedir tu mano, siete años después, pedía otra, de dedos más fríos y uñas de grosor más queratinizado. La que habría de renegar diez años después, a lágrima suelta, de que “su Rica” ya no era el mismo, hasta exigir el divorcio de este nuevo “yo” que se quedó en la imagen de la misma que fuiste cuando salté a los treinta. Porque ahora me veo en la mirada de la que ya no eres, muy distinto al que creí ser. A tal grado me exasperan tus reclamos por el hombre que no soy, que hasta terminaré por extrañarle, y en más cederle mi lugar que ahora tiene en tu vida para envidiar mi propio espacio en lo vacío de ti. De seguir así las cosas, es claro que terminaran por desenmascararse esos dos extraños que ahora somos, y que como bien dicta el sentido común en menesteres conyugales, deberíamos dejarles que se tratasen más para conocer las facetas de aquellos que irán siendo con los días; y quién sabe si quizás, intuyeran, el día de su inminente divorcio por “incompatibilidad de caracteres”, la posibilidad de dar otra oportunidad a los que, igual que nosotros, con el tiempo descubrieran que ya son otros, quienes a su vez, estarán usurpando los papeles caducos de lo que antes fueron.
Jesús Zapién, Sahuayo, Michoacán México.
42 años.
Escritor y biólogo.